Río Capanaparo, Ruta de Gallegos, picadas venenosas y aguas cristalinas…

Por el municipio Achaguas del Estado Apure, pasa el Río Capanaparo. Cuerpo de agua que nace en Colombia y serpentea por tierras llaneras venezolanas hasta desembocar en el majestuoso Río Orinoco, alimentando a nuestro gigante, amitad de camino en su recorrido hacia el Delta. Nuestro destino de este viaje está justo allí en el municipio Achaguas, en el corazón de Apure. Sta. Josefina es el nombre del arenal donde planeamos acampar durante toda la Semana Santa del año 2010.

Fijado el punto de campamento, coordenadas y demás información de cómo llegar al sitio y procedimos a armar el grupo de viaje, logrando reunir a un total de 20 personas aproximadamente. El momento de partir hacia una nueva aventura por nuestras tierras llegó y a las 3 a.m. del día viernes antes de Semana Santa ya nos encontrábamos rodando en nuestros vehículos. La ruta que tomarías era la autopista Regional del Centro, saliéndonos en Charallave, pasando por Camatagua hasta llegar al Sombrero, allí comenzaríamos a bajar hasta Calabozo, pasando seguidamente por San Fernando de Apure, continuando hacia el sur hasta conseguirnos con la entrada de la trilla que lleva hacia Sta. Josefina.

El camino hacia San Fernando de Apure desde Caracas transcurrió sin novedad. De bajada pudimos observar algunos parajes íconos de nuestra Venezuela como el Embalse del Guárico ubicado justo llegando a la ciudad de Calabozo y los Esteros de Camaguan. Esa era primera vez, por lo menos que yo recordara porque fui muy pequeño, que visitaba Calabozo, tierra de mis antepasados por parte de Mamá. Este viaje en específico lo recuerdo con mucho cariño debido a que a partir de aquí se incorporaría un nuevo integrante a mi vida, y por ende, a todos o por lo menos la gran mayoría de mis travesías por el país. Se trataba de mi nuevo perro. Un Boston Terrier al cual llamé Kiwi. Para ese entonces tenía sólo 7 meses de nacido pero igual me lo llevé para que se acostumbrara de pequeño a estas andanzas. Gracias a Dios se comportó a la altura.

Después de unas 7 horas y pico de camino llegamos a San Fernando de Apure, última localidad densamente poblada que nos encontraríamos en nuestra vía hacia Capanaparo. Allí aprovechamos de cargar hielo, ir al baño, echar gasolina (muy importante ya que es una de las última bomba que conseguirán) y hacer las compras nerviosas de último momento, como unos amigos que compraron una gallina para en la noche prepararse un buen hervido de esos que llaman ”Levanta Muertos”.

Esteros de Camaguán

Continuando nuestro recorrido hacia el sur por la llamada “Ruta de Gallegos”, nos conseguimos con el Puente Marisela, el cual muchos desconocen que es considerado patrimonio edificado del Estado Apure. Está construido sobre el paso del Río Arauca y debe su nombre a un personaje de la novela Doña Bárbara, del gran escritor venezolano Rómulo Gallegos. En la novela, Marisela era la hija de Doña Bárbara y Lorenzo Barquero. Esta obra literaria refleja el estilo de vida, cultura y costumbres de los habitantes de los llanos venezolanos a principios del siglo XX.

Quince minutos después por esa misma vía nos encontramos a mano derecha los Médanos de la Soledad o Dunas del Capanaparo. Es un desierto arenoso que llama mucho la atención por estar en medio de la llanura. Allí nos detuvimos brevemente para descansar, tomar fotos y admirar esta maravilla de la naturaleza. Ya eran alrededor de las 2 p.m. y de repente nuestros GPS marcaron el tan esperado cruce hacia lo que vendría siendo oficialmente el comienzo de la trilla que nos llevaría directamente, en teoría, hasta nuestro destino. Y aquí justamente también comenzarían los problemas para algunos de los integrantes de nuestro grupo.

Las trillas del estado Apure, llano adentro

Y SE PERDIERON…

Al pasar la puerta de tranca que da comienzo a la trilla, los que íbamos encabezando el grupo de vehículos arrancamos a buen ritmo sin percatarnos que otros vehículos se habían detenido a “no se a hacer qué”, dejándolos atrás en cuestión de segundos. Siempre lo he dicho. En una caravana de carros uno siempre debe velar por el compañero que lleva detrás, si a este le pasa algo o se detiene, es deber de uno avisarle a los demás sobre la situación. Regla de oro que no se respetó en esta ocasión, y como consecuencia el grupo se dividió.

Es importante destacar también que en estos caminos rurales hay muchos desvíos y ramificaciones de los mismos en múltiples puntos, por lo cual el GPS se convierte en una herramienta indispensable para el navegante o piloto del vehículo. Hay que seguirlo al pie de la letra, sino podríamos vernos totalmente perdidos en cuestión de minutos. Sobre todo si es de noche.

Aproximadamente a la media hora de recorrido sobre la trilla, el último de la caravana da la voz de alto, nos percatamos de lo ocurrido y comenzamos a tomar las decisiones pertinentes. El grupo se debatía entre dos opciones: Seguir y esperarlos en el cruce del río, o devolvernos a buscarlos. Yo opté por la segunda opción inmediatamente, aún sabiendo que eran suficientes pilotos equipados con GPS, coordenadas correctas y radios, como para lograr llegar por sus propios medios al punto de destino.

Me regresé varios kilómetros sin señal alguna del grupo perdido hasta conseguirme con otro grupo que circulaba por la misma trilla, los cuales nos explicaron que había otra ruta más hacia el sur y que probablemente ellos habían tomado esta por descuido. Allí fue cuando decidí, pensando en la gasolina que me quedaba, regresar de nuevo a donde había dejado a los de mi grupo y continuar nuestro camino lo más rápido posible hasta el punto de llegada.

El camino estuvo bastante entretenido ya que la época de lluvias no había pasado aún y había varios pequeños pozos en la vía los cuales cruzabas a alta velocidad. Es importante destacar que todas las vías que tomamos fuera de carretera pavimentada en nuestros viajes son caminos rurales que utilizan los habitantes de estas áreas y finqueros para circular. Es decir que no abrimos nuevos caminos, ni atentamos contra nuestra bella naturaleza.

Caía la tarde y la sabana nos ofrecía un paisaje realmente espectacular. Nos movíamos de Este a Oeste y frente a nosotros se escondía el sol en un horizonte que confundía cielo y tierra, lanzando destellos de luz y colores rojizos y amarillos por toda la llanura, y las nubes que sobre ella flotaban inertes. Aproveché para bajar el vidrio de mi lado y el aire era tan puro y cálido, que automáticamente todos mis tripulantes me siguieron en esta acción. La brisa circulaba por toda la cabina y uno sentía como si fuese volando. Fue una sensación de libertad increíble. A lo largo del recorrido también nos topamos con pequeñas dunas de arena que parecen nacer de la nada, creando paisajes únicos y muy exóticos a la vista.

Niños pertenecientes a las etnias indígenas de la zona

En algún punto, abriendo un falso de una cerca de alambres nos conseguimos a un señor en una moto, el cual al preguntarle cuánto nos faltaba para llegar al arenal de Sta. Josefina, nos dijo que ya estábamos llegando, que como a 10 minutos. Una hora más tarde comprobaría que las personas que viven en el campo tienen una noción del tiempo totalmente distinta a la nuestro. En el camino también nos conseguimos al muñeco de El Silbón, que por ser Semana Santa iba a ser consumido por las llamas en la tradicional quema de Judas, el Domingo de Resurrección.

De esta manera y tras haber recorrido unos 65 kms, llegamos a las 5 p.m. aproximadamente al punto donde se agarra la chalana para cruzar el Río Capanaparo, hasta el arenal donde se acampa. Veníamos ya desesperados todos con la gran incertidumbre de si nuestros otros compañeros habían logrado llegar hasta el punto o no. Apenas estacionamos las camionetas en la cola de carros que se hace para cruzar al arenal, nos bajamos corriendo hacia el comienzo de la fila con la esperanza de conseguirlos allí, pero que va, no habían llegado. En ese momento sentimos más angustia aún y algo de culpa debido al incidente. Pero siempre tratando de mantenernos optimistas asegurando una y otra vez que tres pilotos con GPS y coordenadas correctas tenían que ser capaces de llegar a salvo.

Nuestro primer encuentro con el río Capanaparo

Dicho y hecho, ya casi cuando nos tocaba cruzar al otro lado del río en la chalana, llegaron los tres vehículos que se habían perdido al principio de la trilla. ¡Gran alivio!. Al conversar con ellos pudimos ver que varios factores como la falta de comunicación y falta de atención influyeron para que se diera este contratiempo.

El cruce del río sobre la chalana fue una experiencia algo interesante, y no puedo negar que la primera vez da un poco de miedo por lo que pueda ocurrir. La chalana consiste en una plancha de metal flotante de aproximadamente unos 8 metros de largo y 2 metros y medio de ancho, en la cual caben dos carros exactamente, con barandas a ambos lados y propulsada por una curiara con motor fuera de borda. Esta a su vez es guiada por una cuerda que se encuentra atada en ambas orillas del río. Al montar el primer carro la chalana es bastante inestable y es necesario apoyar el segundo carro sobre esta, mientras el primero se desplaza hacia delante con el fin de que no se incline demasiado y evitar que el primer carro caiga al agua por la proa. Una vez montados los vehículos la navegación es bastante agradable y se disfruta enormemente.

¡FINALMENTE LLEGAMOS A NUESTRO DESTINO!

El arenal o playón de Sta. Josefina tiene aproximadamente 1km de largo y 400mts de ancho hasta la vegetación, lo cual lo hace ideal para acampar sin ser molestados por otros grupos vecinos, ya que hay suficiente espacio para todos. Pero por lo general los vecinos siempre son amables y considerados y no hay ningún tipo de problema en cuanto a ruidos molestos u otros males. La arena es marrón clara, bastante liviana. Pega una brisa fresca constante durante todo el día y toda la noche, que ayuda a aplacar un poco las fuertes ondas del sol llanero. El agua tiene una temperatura ideal, ni fría ni caliente.

Nuestro campamento establecido en el arenal a orillas del río Capanaparo

El lugar es custodiado por una casa ubicada en la parte más alta de la ribera del río. Esta casa pertenece a la Sra. Lala y su familia. Allí ella presta ciertos servicios como baños, zona para acampar y me imagino que si llegan a un acuerdo hasta les puede preparar deliciosas comidas. Todo el lugar está bajo la sombra de unos inmensos árboles y la brisa corre fresca y constantemente.

Cansados de todo el día de viaje y grandes emociones vividas, finalmente conseguimos un lugar perfecto para crear nuestra pequeña ciudad donde viviríamos y compartiríamos durante una semana completa. Abrimos nuestras carpas, armamos nuestros toldos, pusimos todo en su lugar, y a disfrutar de la noche.

Después de una reparadora cena nos quedamos escuchando música y hablando, hasta que poco a poco cada uno de los integrantes del grupo fueron cayendo como moscas. Hasta los amigos que compraron la gallina para hacer el hervido se quedaron dormidos frente al fogón, vencidos por el cansancio y el sueño.

La noche estaba totalmente despejada y parecía imposible que fuese a llover, pero de igual forma por no dejar, fui precavido y guardé la corneta y la planta eléctrica que llevé al viaje dentro de la camioneta, porsia’ las moscas. Luego de eso me fui a dormir a mi carpa junto a mi compañero de viajes Kiwi.

¡De pronto un ruido constante que golpeaba la carpa y fuertes ráfagas de viento me despertaron!. Habrán sido como las 3 a.m. y la lluvia torrencial azotaba el campamento fuertemente. Era algo increíble, simplemente no cesaba ni por un segundo. Toldos y sillas volaban por todas partes, los rayos iluminaban el cielo y los truenos retumbaban, las personas gritaban debido a las grandes filtraciones de agua que se crearon en sus carpas de piso. Ni siquiera las personas que dormían en las carpas de techo se salvaron del agua. Por el contrario, la carpa de piso en la cual yo estaba, milagrosamente seguía intacta, tan intacta que Kiwi seguía enrollado en mis pies durmiendo como si nada pasara.

Pasaron las horas y evidentemente la cantidad de agua era tal que se comenzaba a filtrar poco a poco por la lona de mi carpa en forma de gotera, las cuales iba secando con una camisa que utilicé como paño. El sueño me volvió a vencer y me quedé dormido en medio de esa tempestad.

Abrí los ojos después de un largo descanso, sólo para darme cuenta que aún continuaba lloviendo. Eran las 6 a.m. y la lluvia, ya con menor intensidad, caía sobre nuestra pequeña ciudad. ¡Qué cantidad de agua compañero!. Me incorporé y al abrir la puerta de la carpa, lo que antes era un campamento bien establecido, ahora parecía zona de guerra. Sillas en el agua flotando, toldos doblados, carpas desaparecidas, ropa, paños y cualquier cantidad de cosas regadas por todos lados. Incluso los amigos del hervido de gallina los agarró tan desprevenidos que durante la noche decidieron dormir debajo del carro, pero como la cantidad de agua era tal, terminaron durmiendo sentados en sillas, uno al lado del otro, debajo de un toldo, y para más, cada uno envuelto en mil toallas y sosteniendo sombrillas de sol. Fue realmente cómica esa escena. Pobres panas pensé yo.

Con el pasar de las horas las personas se fueron despertando y acomodamos de nuevo el campamento. Lastimosamente hubo bajas en cuanto a las carpas de algunos, que parecieron haber explotado por la cantidad de agua. Imagínense que por todo el medio de la carpa de un amigo pasaba un río. Mi carpa fue la envidia del viaje porque era la única de las de piso que había sobrevivido.

Los días transcurrieron tranquilos a pesar de las tormentas nocturnas. Pasábamos todo el día en el río refrescándonos, hablando, tomándonos algo, echando broma, cocinando unas comidas increíbles y escuchando buena música. Básicamente disfrutando de la vida al aire libre. De eso se trata la experiencia 4×4, ni más ni menos.

Como buen pescador llevé conmigo todo mi equipo de pesca. Los ríos Capanaparo y Cinaruco, en tierras apureñas, han sido durante años uno de los mejores santuarios de pesca de pavón en el país, por lo que no podía pelar esta oportunidad.

LA PICADA MÁS DOLOROSA DE MI VIDA…

Un día, mientras mis compañeros hablaban sentados dentro del río, decidí probar suerte y hacer un par de lanzamientos de anzuelo para entretenerme y también ver si sacaba algo. Me fui adentrando en el río con el agua turbia hasta la cintura y así las horas fueron pasando muy tranquilas y agradablemente, pero sin resultado alguno. Al ver que ya lo más probable era que no iba a sacar nada, decidí salir del agua un rato para incorporarme al grupo. Lo que no sabía era que estaba a punto de enfrentar uno de los temores más grandes que he tenido en mi vida, desde que entré en contacto con el mundo de la pesca de agua dulce a los 5 años de edad.

Desplazándome arrastrando los pies por la arena, con mis zapatos puestos y a pocos metros de llegar a la orilla, sentí de repente el dolor más agudo que he experimentado en mi vida, seguido de un pánico increíble. ¡Tan pronto sentí ese dolor punzante en el tobillo del pie derecho, supe de inmediato de qué se trataba y a qué me enfrentaría durante las próximas horas!. Me paralicé en el sitio y rápidamente pude comprobar al sacar el pie del agua y ver el hilo de sangre correr por el zapato, que una raya venenosa de río me había picado. Como flashback vinieron a mi mente en tan sólo segundos los recuerdos de innumerables historias de pescadores en Camatagua, Parmana y otras locaciones guariqueñas que he visitado, sobre sus desafortunados encuentros con rayas venenosas de río, y lo mal que han quedado algunos de ellos tras la picadura.

Aguijón de raya venenosa de río

Salí corriendo del agua y le dije en voz baja a un amigo que estaba sentado cerca de mi, para no alarmar a los demás, que me había picado una raya. Me senté rápido en la primera silla que encontré, mientras me hacía un torniquete en la pierna con mi propia camisa, y mi compañero exprimía la herida, la verificaba en búsqueda del aguijón, y también trataba de extraer el veneno inyectado por la raya. Me fui poniendo cada vez más frío y pálido, de tan sólo pensar que siempre he sido tan alérgico a cualquier tipo de picada, y que para más ñapa, ahora nos encontrábamos por lo menos a unas 3 horas del centro urbano más cercano.

Comienzan los primeros auxilios para socorrerme de la picada de raya

Poco a poco las personas del grupo se fueron enterando y vinieron a ver qué me ocurría, mientras yo me retorcía y gritaba del dolor.

De pronto me acordé que previendo este tipo de eventualidades, antes de salir de Caracas, compré un antialérgico muy potente en ampolla para inyectar. De inmediato pregunté quién sabía inyectar en el grupo y un pana salió al rescate, colocó la inyección y ya por lo menos estuve más tranquilo de que por ese lado estaría protegido. Recuerdo que caminé hasta la camioneta de un amigo y me acosté en el asiento de atrás. Sentía que la pierna me iba a explotar y cada vez el dolor subía más y más.

En una de esas me incorporé y le pedí a algunos que por favor fueran a donde la Sra. Lala, y con estas palabras exactas les grité: “¡Búsquenme al Chamán del pueblo, al curandero pero búsquenme a alguien coño!”. Yo se que las personas que viven en estos ríos siempre están expuestos a esta clase de peligros y saben cómo manejar las situaciones de manera bastante efectiva. Eso era lo que yo esperaba, alguien consciente y preparado para atenderme.

Por el contrario, mis compañeros regresaron media hora después con un individuo muy peculiar que bajo los efectos avanzados del alcohol se hacía llamar “Gran Clemente”. Yo gritaba del dolor echado en el asiento de la camioneta cuando siento que alguien agarra mi pie y comienza a examinarlo. Era Gran Clemente que giraba instrucciones cual médico de guardia de una gran sala de emergencias, pero con un lenguaje bastante confuso. Con él trajo unas semillas que mandó a machacar, convertirlas en jugo y dármelas de tomar. Un grupo se dedicó a obedecer todas las instrucciones al pie de la letra, me dieron la bebida misteriosa y nada que se iba el dolor. Total que el señor Gran Clemente terminó echándome sobre la herida de picadura de raya cualquier cantidad de productos abrasivos que conseguía a su paso. Pólvora, kerosene, diesel, gasolina, liga de freno, cualquier producto extraño que pasara por su vista él lo iba echando sobre mi tobillo, que cada vez se iba haciendo más y más grande.

De pronto el señor Gran Clemente desapareció de escena y yo me quedé un rato más aguantando dolor hasta que al cabo de unas horas fue mejorando, limpiamos bien la herida con desinfectante, cicatrizante, colocamos una venda y al final de la tarde ya por lo menos podía caminar, con algo de dificultad pero estaba caminando y vivo.

Ese mismo día luego del evento fuimos a donde la Sra. Lala a que examinaran la picada y adivinen a quién nos conseguimos durmiendo de largo a largo debajo de una cerca de púas… ¡Al Gran Clemente!. Pasando el ratón y la adrenalina después de la emergencia que le tocó atender.

Esa noche, a pesar de que la herida seguía en carne viva, milagrosamente podía caminar perfecto, sobre todo después de unos buenos tragos de ron que me ayudaron a complementar el gran trabajo que hizo mi buen amigo el Gran Clemente con mi tobillo. No lo podía creer, después de tantos años escuchando las historias más temibles de los pescadores guariqueños más recios del llano y sus picadas de rayas venenosas de río, yo había sufrido una y había vivido para contarlo. La conclusión que sacamos al día siguiente fue que seguramente había sido una raya muy pequeña la que me había causado la punción en el tobillo, y que por eso no había pasado a mayores. Aún hoy en día, después de 3 años de ese incidente conservo la herida ya cicatrizada pero todavía visible de ese encuentro, la cual enseño a veces como una especie de trofeo, o herida de guerra. La verdad no me quejo, la cosa le puso emoción al viaje y tenía a todas las mujeres del campamento atendiéndome.

Agua cristalina de los caños aledaños al río Capanaparo

Esa noche terminó de llegar el resto del grupo y bailamos y celebramos hasta que el cuerpo no aguantó más. Por supuesto de madrugada nos cayó otro palo de agua encima terminando de destruir las pocas carpas que quedaban en pie. La mía milagrosamente seguí intacta.

Los días siguientes transcurrieron muy agradablemente. Tuvimos la oportunidad de ir a conocer un caño que queda como a unos 20kms del arenal donde estábamos, llamado El Naure. Ese lugar me pareció muy bonito. Es un río distinto al Capanaparo, más estrecho, con arenas blancas y aguas cristalinas. Pasamos todo el día allí disfrutando de tan maravilloso paraje, pero los jejenes hicieron de las suyas a la caída del sol. Hay que ir bien preparado con buenos repelentes o algo más fuerte que los aleje.

De esta manera nuestro viaje al río Capanaparo fue todo un éxito y gracias a Dios pudimos disfrutar nuevamente de forma segura de nuestras maravillas naturales, su amable gente que está siempre con brazos abiertos para recibirnos y su diversidad cultural de la cual he aprendido tanto.

Elías Rodríguez Azcárate


TIPS DEL VENEZOLANO EN UN VIAJE:

– Estudiarse bien la zona por mapas en GPS y marcar los puntos muy bien antes de adentrarse llano adentro.

– Cuando se entra a una propiedad, debes siempre abrir y volver a cerrar el falso alambrado para evitar que el ganado de las fincas se escape.

– Evitar manejar de noche por las trillas llano adentro. Hay demasiados caminos abiertos y resulta muy fácil desorientarse.

– Llevar siempre kit de primeros auxilios y antialérgicos.

– Caminar dentro del agua arrastrando los pies para evitar pisar alguna raya de río y sufrir una picadura.

– Respetar en todo momento a los habitantes de la zona, sus tierras y sus animales.

– Llévate tu basura. La basura no vuelve sola.

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